Era de madrugada cuando se levantó. Allí estaba sola. Tenía el rime corrido de tanto llorar. Sus labios ya no eran color carmesí, ahora daban notar un tono púrpura. Él no estaba allí, se había marchado. Fue entonces cuando comenzó a pensar. Se dio cuenta de que eso no estaba hecho para ella. Quiso excusarlo sin ningún resultado. Quiso también excusarse a ella. Por nuevo que fuese para ella, esa fue la primera vez que se arrepintió de haberse creído mayor.

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Después de eso, ella se volvió arisca. Ya no quería afecto, todas las caricias para ella sobraban. Se volvió ausente y desconfiada. Decidió hacer con otros, lo que uno hizo con ella. Poco a poco levantó un muro, así como una especie de capa para refugiarse de los demás. Ella pensaba que así no sufriría. Decidió dejar de entregarlo todo, y solo enseñar lo que le interesaba. Por culpa de esa noche, ella se corrompió. Ella decidió cambiar. Ella prefirió dejar de amar.

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Lo que más me apetece últimamente es irme de aquí, y no es por el hecho de que me vaya mal sino todo lo contrario. Me apetece cambiar y conocer cosas nuevas. Es verdad que también se debe a que poco a poco la gente se me va. Ya me he despedido de bastante gente, y creo que es mejor irme yo. Si lo piensas es como la muerte. Si me voy yo lo corto por lo sano, pero si dejo que se me vayan uno a uno es como ir muriendo poco a poco, apagándome cada día más, hasta quedarme sola.